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Por José María Doria

La crisis económica actual.
Una llamada a la esencialidad.

¿Quién dijo que los hechos son neutros y que tan solo las interpretaciones que de ellos hacemos, es lo que precisamente los convierte en una bendición o una maldición?

En realidad toda pérdida conlleva un proceso de duelo, y efectivamente, una crisis en la que se supone vamos a “perder” cierto nivel de posibilidad adquisitoria, conlleva una sensación inicial de rechazo. Sin embargo para los intuitivos que atraviesan la visión superficial, puede suponer una oportunidad más de descubrir la paz y la belleza que se esconde tras las capas de la mente adquisitiva.

Quien más quien menos sospecha que el modelo socioeconómico de las panaceas especulativas está caducando, y con él cae también nuestra vieja manera de buscar la felicidad. Se intuye y se confirma que el antiguo orden que prometía a las masas compradoras una estable alegría en el tener y el adquirir está seriamente agrietándose. Se suponía que a mayor cantidad de dinero disminuiría el nivel de ansiedad, sin embargo ¿qué ser humano del primer mundo se cree ya que la ansiedad viene del hecho de no tener lo que se desea?, ¿acaso tal virus de opacidad no ha creado una economía virtual que a modo de globo ilusorio comienza la actual crisis a pinchar?

¿Quién no se ha decepcionado de la promesa que envolvía a cualquier panacea, olvidando una de las dos inevitables caras del modelo dual en el que vive la mente ordinaria?, ¿acaso esas cosas “que un día llegarán” no son más que condiciones inútiles que tratan de anestesiar el miedo que padecemos por vivirnos desde el paradigma de la “separación primordial”?, ¿acaso este “darse cuenta” no es incluso un síntoma de la aparición de un nivel de conciencia de mayor integración y serenidad?

Parece evidente que la presente crisis como polo del pulsar cósmico de “expansión y contracción”, se dispone a movilizar nuevos órdenes. El hecho de que el gobierno americano, el mayor garante de la libertad de mercado, haya inyectado ríos de oro para evitar un colapso de proporciones gigantescas, señala el final de un modelo que para los observadores del mundo ya había dejado de funcionar.

¿Qué puede asomar en el ser humano tras esta perturbación deconstructora?, ¿qué amanece tras la rebosante ola informática que tanta identidad ha dado a las “mentes vanguardia” del viejo mundo?, ¿acaso una revolución silenciosa de la conciencia?

Tal vez estamos ante un salto evolutivo en el que la nueva identidad ha atravesado la mente controladora y digitalizada con un emergente brote de lucidez y frescura que integra los fragmentos de una visión separativa del mundo.

Hasta ahora hemos pensado desde el viejo paradigma que “resolviendo los problemas encontraríamos la paz”, cuando en realidad intuimos que es abrazando la paz cuando los problemas dejan de existir. Sin duda asistimos a una apertura de conciencia que se dinamiza en momentos críticos como el actual, momentos en los que no hay otra salida coherente que el “hacia dentro”.

Prestemos atención allí donde enfoquemos nuestra mirada interior porque será precisamente eso lo que haremos crecer en nuestras mentes. Atención a los valores nacidos de la vacuidad silenciosa y a la paz profunda que observa con neutralidad “lo que hay”. Atención a lo que se revela cuando existe un desprendimiento de las resistencias al gran flujo cósmico que circula en los niveles sutiles de cada cual.

Es el tiempo de los nuevos contemplativos de la propia mente. Es el tiempo de los seres que “hacen sin hacer” y que se viven en la emergente radiación supraconsciente que los busca por estar preparados, una radiación que tras encontrarlos, les permite fluir y vibrar en la sincronicidad de todo lo que ocurre. Es el tiempo en el que cada uno, sin dejar de responsabilizarse plenamente, comienza a sentirse “más pasajero que conductor” en la gran aventura de la conciencia.

Es el momento de atravesar el “constructo” mental del tiempo y sentirse en la infinitud del momento presente. Sin duda los grandes ajustes integrales de vida que cada ser enfrenta en nombre de la crisis económica, y que convocan a la esencialidad y a la presencia, no son más que otro síntoma de que algo muy grande y hermoso está pasando en este planeta.

José María Doria
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