Podía haber sido una muerte sencilla. O simplemente un nuevo nacer. La diferencia la marca una línea muy fina con la que nunca se sabe si es el destino o el curioso azar quien nos depara cada segundo que vivimos.
Me llamo Pedro Amador, y nací con una inteligencia privilegiada que me permitió realizar algunos proyectos fuera de lo normal. A la temprana edad de 9 años ya programaba un lenguaje de ordenadores llamado Basic, y con sólo 12 años, tecleaba mis primeras rutinas en ensamblador, un lenguaje que aprenden los licenciados en la carrera a los casi 20 años. Era tiempos donde los ordenadores tenían 1KB de memoria interna (los actuales suelen tener 4GB=4096MB=4.194.304KB) y desde luego, no estaban tan extendidos como hoy en día.
Devoraba todo lo que pasaba por mi mano, ya que con una facilidad aplastante, era capaz de resolver problemas de programación sin apenas conocer matemáticas. Realizar un rutina que simule un reloj analógico sin comprender el concepto trigonométrico del seno o del coseno, no son cosas que desde mi perspectiva actual considere sencillas. En cambio para mí resultaban juegos de fácil acceso.
Mis trabajos fueron en aumento, y a los 12 años ya realicé mi primer videojuego que se publicaría en el mercado. Con ayuda de mis padres firmé un contrato que incluía hasta los habituales impuestos, sin yo entender muy bien el sentido de la Hacienda Pública. Con 16 años ya operaba en bolsa, a la vez que había ganado un concurso de juegos de aventuras para el Spectrum, donde todos los concursantes contaban con más de 25 ó 35 años. Estaba claro que estaba preparado para cosas increíbles.
Cuando llegué a la universidad fue un camino de rosas. Muchas asignaturas ya me las sabía, pues las había estudiado en la infancia. Aunque para complicar un poco el camino, trabajaba a la vez que estudiaba. Recuerdo que en el último trimestre del curso mantenía 3 trabajos además de las asignaturas en sí, y mi madre casi me vio desvanecerme una vez. Pero seguía ilusionado y eso me hacía responder a la perfección. El querer llegar más lejos de lo normal, empezó a marcar mi forma de trabajar.
Comencé a trabajar muy joven, a los 16 años, montando ordenadores y manteniendo el área informática de varias PYMES. Era el típico “listillo” que sabía de todo y dejaba todo en perfecto mantenimiento. Los ordenadores aún eran cosas complicadas, y que el Windows funcionara, no era labor sencilla (bueno, para ser franco, creo que no dejará de serlo nunca).
Mi primer trabajo a tiempo completo llegó a los 22 años, con la carrera de ingeniero superior acabada. En el mercado se peleaban por gente como yo formada en informática. Pero como me parecía poco, en paralelo estudiaba cursos de doctorado avanzados para tener mi cabeza aún más ocupada.
Después de dos años de trabajo, consideré importante ir al extranjero para potenciar mi inglés, y partí a Holanda con el coche cargado de libros. En aquellos entonces comenzaba a tener mucha arrogancia, por todo lo que sabía y controlaba dentro de mi mundo de las empresas de software. Pero afortunadamente, como el inglés me era una materia complicada, en Holanda se bajó mi arrogancia al no saber comunicarme eficientemente.
Después de casi dos años volví a España, donde rápidamente comprobé como mi experiencia en el extranjero me había hecho subir varios peldaños. El hablar inglés con soltura me daba un aura de grandeza que usé de forma efectiva para transmitir mucha experiencia de la que había acumulado. Vendría como especialista de Business Intelligence, y rápidamente me tocaría entender la complejidad de algunas empresas grandes.
Continuaba viajando por el mundo, donde en unos diez años, acumulé más de 500 vuelos a lo largo y ancho de planeta en más de 30 países. El ocio también ocupaba una parte importante de mi vida, y empecé a conocer otras culturas e interesarme por distintas formas de pensar. Una de mis mayores pasiones era la de organizar fiestas en mi casa del centro de Madrid, que siempre contaban con sorpresas que hacían las delicias de las más de 70 personas que asistían.
Como no entendía los entresijos funcionales de los negocios, seguí indicaciones del que era mi jefe, para empezar un máster. Así comencé un Executive MBA en una de las escuelas más prestigiosas del mundo, Esade. Dicho y hecho, tras un año y medio completito de formación, en donde fui el más joven de la promoción, mis retos aumentaron más, y mi ego llegó a dispararse a velocidad supersónicas. Gestionaba algunos de los proyectos más grandes de la empresa, realizaba actividades comerciales, comprobaba el funcionamiento de las campañas de marketing, y por si fuera poco, me asignaron hasta la posición de Country Manager de Portugal (con más de 90 clientes y un millón de dólares facturación). Tan sólo tenía 28 años.
Trabajaba unas 14 horas al día, seis días a la semana. No tenía límites. Y francamente no creí que los hubiera. Cada día era capaz de entender el mundo en todos sus aspectos; a nivel político, nivel social, nivel económico; y cada vez quería cambiarlo más. Quería aportar mi grano de arena y pensaba que se podía cambiar sin problemas, aunque esa simplificación del problema, me hacía estrellarme en la pared una y otra vez. Después de algunos procesos de Feedback 360º en donde se comprende cómo te ven los demás, entendí lo importante que es conocer lo que piensan los demás de ti. Y por una vez, había perdido mi identidad. Sólo cobró importancia la identidad que me crearan los demás.
En esa cresta de la ola, y mientras se salía de la crisis que habían generado los atentados del 11-S, ocurrió un peculiar percance. Un punto de inflexión en mi vida. Algo que nunca se hubiera planificado ni en la mejor de las dinámicas de grupo. Un imprevisto.
Recuerdo perfectamente que fue en la madrugada del sábado 24 de mayo 2004. Me tomé un fin de semana en Valencia, alejado del mundanal ruido del trabajo. Y al salir de fiesta con unos amigos crucé la calle y no pude esquivar una moto que vino a unos 100 km/h y que me arrolló por completo. Tras un fuerte impacto que rompió varios de los huesos más grandes del cuerpo, me arrastró 28 metros y salí volando.
Quedé al borde de la muerte, la podía sentir desde el borde del precipicio. Pero nunca quise saltar. Algunos años después, siempre me han dicho que no quise irme en ese momento porque aún tenía que hacer algunas cosas en esta vida.
En el impacto mi cerebro rebotó contra el cráneo y, pese a que no tuvo una hemorragia general, tuvo micro-hemorragias dispersas por toda la cabeza. Después de una parada cardiorespiratoria, en donde se produjo un daño axonal difuso, pasé unos diez días en coma. Cuando volví a ser consciente, tenía la pierna totalmente escayolada y me dolía como el mayor castigo de mi vida, mi clavícula rota, y mi cara que ni podía vocalizar al hablar.
Después de haber sido superdotado, es duro encontrarse en una silla de ruedas, sin poder leer la prensa económica que leía anteriormente, y teniendo que comenzar una rehabilitación neuropsicológica para recuperar cosas tan evidentes como la concentración. Me era imposible realizar cosas tan básicas como trabajar con el ordenador escuchando música de fondo, ya que mi cabeza no podía realizar esas dos tareas a la vez. La impotencia era enorme.
Quizás eso te hace entender una cosa importante: cuando peor son las condiciones que nos ofrece el mundo, más recursos tendremos que buscar para afrontar las adversidades. Y así fue como me rehíce a mí mismo. Desde la nada, teniendo que volver a aprender, a leer, a andar, a llorar, a reír, a vivir.
Vivir, esa sensación que olvidamos muy a menudo. Y es que parece que hasta que no nos falta la salud no nos damos cuenta de lo importante que es. Yo no tengo mi salud como antes, pero supongo que ahora la valoro de verdad, con mucho mimo. Y sobre todo, cada problema que tengo en la vida, lo miro desde otra perspectiva. Desde una nueva perspectiva: el simple hecho de estar vivo.
Primera lección: Por muy mal que vayan las cosas, piensa que siempre pueden ir peor.
Con el tiempo volví a sentir mis manos acariciar mis tobillos. Mis lágrimas saltaron cuando conseguí volver a ducharme solo. Y poco a poco fui recuperando mi cabeza aunque nunca volvió a tener la potencia que tenía años atrás. Tenía que sonreír, y saber que la esperanza era lo último que podía perder.
Por decisión propia, y mientras seguía mi recuperación, comencé a estudiar PNL (Programación Neuro Lingüística) y coaching. Me parecieron herramientas muy útiles para ordenar mi vida y dar sentido a mi actual situación. Me había formado siempre con una cabeza privilegiada, pero ahora sería el momento de analizar qué quería hacer con mi existencia. Quizás tanta potencia no se estaba usando correctamente, y con las herramientas que iba aprendiendo era hora poner en duda muchas de mis creencias.
Tardé meses en rescatar muchos de mis recuerdos. Afortunadamente guardaba fotos y un diario desde los 16 años y me sirvieron para reensamblar muchas neuronas. Lo que mucha gente no entenderá jamás, es cómo tengo calambres en la cabeza cuando reconecto recuerdos perdidos. En la actualidad me siguen ocurriendo con frecuencia, pero lo he incluido en mi vida de forma natural, aunque siempre me hacen recordar lo limitado que estoy actualmente.
A muchos nos ha tocado vivir algún accidente en la vida, en donde hemos tenido que aprender a andar de nuevo en una rehabilitación. Pero es más complicado tener que rehabilitar con neuropsicólogos el volver a aprender, a concentrarse, a memorizar. A mi me tocó, y creo que tuve una capacidad y un hambre mayor que en mi infancia. Según era consciente de todo el poder de las herramientas que aprendía, más ganas tenía de poner orden en mi cabeza.
Mi formación en coaching me fue fascinando poco a poco. Y cuanto más lo practicaba, más descubrí una de mis mayores habilidades: aprender de los demás. En cada sesión tuve que aprender a no juzgar, pero aprendí en mi más profundo interior, de las lecciones que vivían los demás clientes. Y siempre, desde mi trágica experiencia, podía apoyar que lo más importante en la vida es poder respirar, y eso no se debe olvidar.
Comencé a organizar todo de una forma escrupulosa, escribiendo algunos apuntes que les entregaba a los clientes con el tema principal de la sesión. Junté experiencias de muchas materias que había aprendido: del master con sus recursos humanos, marketing, generación de expectativas; de la PNL con sus prejuicios, predisposiciones, valores, aprendizaje; y del coaching con cosas como los compromisos, cambios, visión futura. Añadí a todo unos ejemplos sencillos y mi valor más importante, unas ganas increíbles de disfrutar la vida.
Segunda lección: Cuando sabes que la vida es algo más que respirar... se entiende mejor el sentido por el que estamos en este mundo.
La persona que me atropelló, no tenía carné de conducir motocicletas, y dio positivo de alcoholemia. Sin duda, un desgraciado de los que se cruzan en nuestra vida y nos la cambian por completo. Pero todo lo que pasó en los años sucesivos fue mucho peor que acariciar la muerte en sí.
La persona que me atropelló trabajaba en una compañía de seguros, la cual omito, para no evitar mencionar que me parecen unos estafadores. Y esta persona, que había sido detenida por la policía y que se encontraba frente a una pena de cárcel, se dedicó desde el primer momento en falsificar todas las pruebas posibles. Entró en el hospital afirmando que un drogadicto se había tirado a su motocicleta causando el accidente.
Consiguió que el bulo fuera transmitido, y los médicos, en una mala praxis impresionante, ni me hicieron ninguna prueba. En algunos informes me acusan de ser toxicómano, por inverosímil que le pueda parecer al lector. La única prueba que tenían, fue mi declaración entrando al hospital con un TCE (traumatismo cráneo encefálico) y en medio del coma.
Aunque parezca mentira, la justicia en este país es directamente proporcional al dinero que inviertes en abogados. Siento si rompo las ilusiones de algunos, en mi caso lo puedo afirmar sabiendo lo que digo. Ya lo había aprendido anteriormente en el master, pero nunca lo quise creer. Desgraciadamente, me tocó aprenderlo en la práctica.
Era un juicio ganado desde el comienzo, ya que documenté todas mis secuelas físicas, y tenía un perfecto peritaje de la policía (que acordonó la zona, avisó a la ambulancia, y probablemente les deba la vida. Muchas gracias). Pero el primer juez evitó muchas cosas y fue cauto en la sentencia. Exculpó al motorista y simplemente le amonestó con 600€ de multa y 5 meses de retirada de carné. Habían exculpado a una persona que no tenía carné de conducir, que un día había decidido emborracharse, y casi había casi matado a una persona conduciendo una motocicleta de 250cc.
No lo podía creer, ya que como buen ingeniero había estudiado todas las posibilidades y tenía documentación de todo. Armado de valor y considerando que era un simple despiste del juez, recurrí ante el tribunal provincial correspondiente. Para mi sorpresa tardaron menos tiempo del debido, y sentenciaron en mi contra a los pocos meses.
Existen tres magistrados del Tribunal Provincial de Valencia que no tienen mi respeto como profesionales. A día de hoy, puedo afirmar con rotundidad, que o bien les compraron (lo que considero más probable), o bien son retrasados mentales. No tengo pruebas de lo primero, pero sí puedo afirmar lo segundo. Unas personas que me dan por toxicómano, pese a no haber ninguna prueba, y afirman, en contra de la policía, que me tiré a la moto, son sin duda, personas no válidas para impartir justicia en el mundo.
Recapitulemos para ser capaces de entender mi estremecimiento. Una persona brillante es atropellada por un borracho sin carné de conducir moto. Y en el juicio, sin prueba alguna coherente, es acusada de que salta a la moto como si intentara suicidarse. Se le compensa económicamente con un quinto de lo inicialmente pedio, y se le llama toxicómano. En los pueblos lo expresan diciendo: “encima de puta, apaleada”.
Y me quise suicidar.
Tercera lección: Las casualidades no existen. Si fuera así, el mundo podría explotar por casualidad, y no lo creo.
Cuando a un ingeniero informático, que además es obsesivo compulsivo, le aparece un factor que no había previsto, como el que los jueces sean un desastre, le descuadra por completo. A nosotros, los puentes no se nos pueden caer por azar, y desde luego, aprendí que la justicia era más subjetiva de lo que yo podía entender. Perdí la oportunidad de recurrir al supremo por la simple necesidad de apartar de mi vida el juicio o acabar loco. Después de unos meses, y tras ayuda psicológica, decidí recurrir para poner orden en eso. Mi nuevo abogado siempre ha afirmado que hay una oportunidad entre un millón. Pero considero que si es lo que más quiero, aunque sólo haya oportunidad entre un millón, merece la pena intentarlo. Además, es lo justo, ya que ni soy toxicómano ni me intenté suicidar lanzándome a ninguna moto.
¿Y qué es lo justo? ¿Y qué es lo verdadero para nosotros? ¿Y qué hay que realmente nos haga feliz? Esta experiencia me ayudó a conocerme por dentro, y me ayudó a pensar cosas que jamás habría pensado en mi anterior vida. Quizás a la persona que me atropelló le deba el saber quererme ahora como no me quería antes.
Y fue entonces cuando entendí que mi motivo en la vida era ayudar a los demás, y desde mi experiencia, saber explicar que la vida es un arco iris de experiencias. Algunas nos serán gratas, y otras muy desagradables, pero nunca hay que perder la esperanza de querer tener nuevas vivencias. El libro de Autocoaching® ya estaba escrito desde hace tiempo, pero con eso no llegaría a todo el mundo. Así que comencé a desarrollar la web de Autocoching® (www.autocoaching.es), en donde plasmaría un sistema que ayudaría a las personas a dar los primeros pasos para reflexionar en sus vidas. Unos pasos importantes, porque si no pensamos nosotros en lo que queremos en la vida, ¿quién lo va hacer sino?
La web de Autocoaching® llevó dos años de desarrollo, y nunca ha parado de crecer. Ahora, junto con el libro, la rueda de la vida imantada, y la web, me sirve para ayudar a muchas personas en conferencias, presentaciones, cursos, a que se propongan conocerse un poquito mejor. Porque la vida es para disfrutarla. Antes de que sea muy tarde… y tengan que verse en el borde de la muerte.
Cuarta lección: Por más que haya vivido cosas malas, la vida no deja de regalarme momentos increíbles. Gracias por haberme enseñado a disfrutarlos.
*Este fragmento se incluirá en el libro de David Topi, “Una Respuesta del Universo”, pendiente de publicación a final de año.
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