Dar a luz una carta al mundo
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Para lanzarte a la aventura de escribir solo hacen falta dos requisitos: que tengas algo que expresar y que te guste hacerlo. Lo demás, como todo en la vida, llega con la práctica. Por supuesto, si antes ya te has sabido manejar bien con el uso de las palabras, tienes mucho tiempo ganado, sin embargo debes saber que todos los escritores comenzaron a escribir mucho antes de saber hacerlo. ¿Cómo iba a ser de otro modo?
Mucho más importante que aprender las artes del lenguaje es disponer de la madurez suficiente para saber leer los propios sentimientos. Y mucho más interesante que saber redactar, es saber arrojar una mirada honesta y serena sobre cada idea que amanece en tu mente, lo cual te permitirá conocer tus remotos objetivos más allá de lo aparente. Como ves, escribir comienza por ser toda una terapia contigo mismo.
A veces sucede que el mensaje urge por salir, como si necesitaras ante todo ver ahí fuera lo que surgió muy adentro. Puede ser en mitad de la noche o cuando no te lo esperas, entonces ocurre. Algo ha nacido en tu mente, no sabes por qué ni cómo. En esto radica gran parte de la magia de escribir, es una poderosa sensación de creatividad ver fluir todo aquello de tu interior, como si gozara de vida propia y no tuviera final. Este es uno de los motivos por los que escribir se ha identificado tan a menudo como una tarea de índole espiritual. Aquello que pertenecía a tu mente más profunda, íntima y desconocida, de repente se ha convertido en una carta al mundo que tú has dado a luz. Y toda carta existe para ser leída.
El primero que la lee eres tú, y mientras lo haces te das cuenta de que esa carta estaba principalmente dirigida a ti mismo. Esconde un sinfín de detalles, matices y secretos que ahora, como lector, puedes apreciar. Entonces llega la sorpresa. Por un momento te da la impresión de que esta carta la ha escrito alguien distinto de ti, o tal vez, una parte más sabia y antigua de ti. Aquí reside la gran conexión espiritual del arte de escribir. El escritor se deja llevar por una fuerza interior, por algo que deseaba salir y ser compartido, y no queda muy claro nunca de dónde salió el mensaje.
Por tanto, el escritor verdaderamente canaliza algo que llega de ningún sitio, y tan solo se ocupa de darle forma para que pueda ser entendido por aquel que lee. En una segunda lectura de la carta que primero te habías dirigido a ti mismo, ahora te pones de parte del desconocido. ¡Toda tu intimidad se ha convertido en una carta a un desconocido! Y esto es maravilloso.
Es un gran reto: ahora debemos hacer que aquel tesoro que estamos descubriendo se pueda entender, y que nuestro intento de hacerlo comprensible no le reste ni un ápice de belleza o de verdad. Las palabras a veces nos parecen vacías y limitadas, pero otras veces se muestran poderosas, capaces de mover montañas. En realidad, las palabras solo son símbolos. Todo el verdadero poder está en tu interior, y de allí llego el impulso, la fuerza, la sabiduría y el amor como para que un mensaje brotara a la superficie asomando por tu propia mente. El silencioso fondo de tu mente está en contacto con lo verdadero, con lo eterno e infinito. Al fondo de tu mente está tu verdadera esencia, que es todo amor y conciencia. Y desde allí te llega el poder de mover montañas o, mejor aún, de traer conciencia al mundo.
¿Qué forma puede tomar la conciencia? Ten en cuenta que todo lo que hay en este mundo, en el fondo, son historias e ideas. Y fíjate que las ideas son historias y las historias son ideas. En el caso de un ensayo, te brotarán las ideas que conforman una manera de ver el mundo, o un aspecto determinado de él, del que saldrán mil historias. En el caso de una novela, las historias cruzadas de cada personaje crearán un gran tapiz al entrelazarse, y todo ello estará impregnado de ideas y de maneras de ver el mundo. Si estás repasando tu propia historia, como en una autobiografía, cada sentimiento hablará de mil ideas, cada emoción tendrá su propia historia.
A veces la conciencia toma la forma de la denuncia, y tras ásperas palabras reluce una intención de sanar, de inspirarte a buscar algo mejor. En otras ocasiones, como en la poesía, son dulces las palabras que hacen doblegarse a la más ruda de las mentes, y tras el amanecer de una sonrisa se cuela un rayo de luz, una idea, una visión que da comienzo a una nueva historia.
Las palabras en si no son nada. Pero sin embargo, entre una mente que escribe y otra que lee, las palabras han creado un puente invisible. El poder de donde surgió lo que el escritor ha escrito se conecta con el poder de donde surge la conciencia que se da cuenta de lo que está escrito. Entonces las palabras han servido para conectar conciencia, y así recordar, de alguna manera, lo esencial que nos une. Esta unión sagrada produce todo tipo de “chispazos de conexión”. El lector, al conectar, deja de sentirse solo. Siente que vamos juntos.
El escritor es el explorador que ha estado buscando diamantes en los laberintos de la conciencia colectiva, hasta donde él ha podido escarbar. Sin darse cuenta, en sus momentos de silencio, el escritor ha estado conversando con sus antepasados, con los maestros y con los habitantes de los sueños. Allí dejó de ser una persona con nombre y limitaciones para convertirse en un pasajero de un viaje sin límites.
El lector es un buscador de joyas, y cuando encuentra una, al verla serenamente escrita en una página de papel, su corazón palpita y el alma sonríe. Entonces, al sentir la verdad más allá de las palabras, dice: “Eso soy yo”. Tal vez una lágrima cae o una risotada brota de ninguna parte.
Ha ocurrido, es un milagro. Sin que nadie se de cuenta, sin que lleguen a contactar escritor y lector, se ha producido una conexión espiritual. El lector ha tocado con su propia y profunda verdad. Y el escritor, sin ni siquiera llegar a saberlo, ha logrado conectar la verdad con la verdad pasando por alto todo el engaño del mundo.
Es por esta unión sagrada entre escritor y lector que nunca se puede saber cuál va a ser el alcance de un libro, ni lo que este puede inspirar a un alma humana. Un libro siempre está vivo. Guarda tesoros escondidos para la conciencia que los busca. Parece que está ahí esperando a que llegues y descubras el regalo que guarda para ti. A veces te llama desde la estantería, puede que una palabra o una frase sirva de reclamo para tu conciencia. Quizás el escritor ya no esté en este mundo, sin embargo el libro sigue vivo. Puede que el escritor incluso ya no esté de acuerdo con lo que escribió, y eso no tiene importancia. Porque el libro sigue regalando conexiones con lo que no tiene forma.
Una vez que el libro se separó de su escritor, aunque no lo parezca, sigue creciendo al recorrer su propia historia en contacto con las mentes que le buscan. Ya no es lo que esté escrito, que aparenta ser siempre lo mismo. Lo importante es lo que conecta en la conciencia del lector. Ahí está su vida.
Y para que quede totalmente claro, no estoy hablando necesariamente de “libros espirituales”. Lo que estoy diciendo es que todo libro es espiritual cuando realmente has tocado con algo que, desde tu fondo, te pide salir ahí fuera. Este era el primer requisito. Y cómo no, que mientras escribas descubras el placer de deshilvanar tu corazón en un río de palabras y silencios.
Puede que escribir alguna vez te ayude a ganar dinero, pero no escribas solo para ganar dinero o perderás el verdadero regalo. Escribe para crecer, para conectar, para gozar creando, para emocionarte, para descubrir tus dimensiones ocultas. Y si esto no te basta, escribe para experimentar que estás conectado con algo mucho más grande e indescriptible que tu pequeña persona.
Jorge Lomar
Escritor, facilitador y terapeuta.
www.jorgelomar.com ; www.asociacionconciencia.org
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