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LA ESPERA DEL 2012, DESESPERA
por Jesús Callejo

Preparémonos para la avalancha de videntes y profetas que nos van a decir, por activa y por pasiva, que el fin del mundo es inminente. La verdad es que no sé por qué nos sorprende. No es algo nuevo. No hay siglo ni década ni lustro en el que no se haya propuesto una catástrofe  irreversible para nuestra atemorizada humanidad, en forma de fuego o de agua. Haciendo memoria, conozco dos clases de predicadores de los tiempos finales: los que están completamente convencidos de lo que dicen y los que quieren sacar algún provecho del miedo apocalíptico. Y les voy a poner un ejemplo de cada.

El astrólogo y matemático alemán Johannes Stoeffler, maestro de la Universidad de Tubinga, anunció públicamente que, gracias a sus cálculos: "el mundo finalizará con una gigantesca inundación el 20 de febrero de 1524". Entre los que buscaron refugio en el río Rin se encontraba el conde Von Iggleheim, que le creyó y gracias a su dinero mandó construir un arca de tres pisos solamente para su familia y amigos. Llegó el día 20 de febrero y empezó a llover... A la muchedumbre congregada en los embarcaderos le entró el pánico pues ya veía que la profecía de marras se iba a cumplir y trató de invadir el arca del conde. Desenvainando la espada, Von Iggleheim trató de defender su territorio y más de un intruso consiguió su particular fin del mundo, muriendo de certeras estocadas. Para el conde también llegó el final, pero no como él esperaba sino pisoteado por la multitud aterrorizada. Lo más parecido al fin del mundo fue una gran tormenta que sirvió para consolidar la fama de adivino de Stoeffler, abusando de la confianza de sus conciudadanos puesto que volvió a predecir que todo se acabaría en el año 1528... esta vez fueron muy pocos los que le prestaron atención.
 
A esta historia se la pueden sacar varias moralejas, una es que paradójicamente, antes de que finalizara el día, cientos de personas habían muerto en su intento de salvar la vida. Vayamos al otro ejemplo, esta vez de aquellos que hacen su “agosto” con esta clase de noticias. El protagonista esta vez fue un cura llamado Fialin, quien convenció a sus feligreses de la parroquia de Marsilly, cerca de Montbrison, de que el profeta Elías iba a venir al mundo en el año 1794 para salvar a los suyos. Los demás, que se las arreglasen como pudiesen. Reunió a ochenta personas de ambos sexos en un bosque cercano con la idea de iniciar una peregrinación hasta Jerusalén para pedir perdón por sus pecados antes de subir al cielo con el carro de Elías y declaró su intención de proclamar la República de Jesucristo para que quedara claro quienes se iban a salvar y quienes no. Pero Fialin era poco fiable, además de cura era un pícaro que tenía otras intenciones. Cuando reunió a sus feligreses en el bosque les pidió que no mirasen ni arriba ni abajo ni a la derecha ni a la izquierda, vamos, que tuvieran los ojos medio cerrados mientras caminaban y con habilidad les fue robando uno a uno el dinero para darse luego a la fuga. Las ochenta personas, desconsoladas y sin dinero, estuvieron errantes por el bosque durante unos días siendo el hazmerreir de sus vecinos. Al menos les quedaba el consuelo de que vivirían unos cuantos años más y que Elías ni estaba ni se le esperaba. Fialin, con las ganancias, dejó el oficio de sacerdote, se casó y montó un establecimiento de vinos cerca de París.

No todos han sido, por suerte, tan golfos como el cura francés aunque lo de dar fechas del final mundo es como una manía o un deporte. Siempre ha habido y habrá sectas apocalípticas que, de buena o mala fe, dirán a su grupo que son los “elegidos” y ellos se lo creerán.

Pasamos la fiebre milenarista tras el eclipse de sol del 11 de agosto de 1999 en el que tantas cosas iban a ocurrir y nada pasó y eso a pesar de una cuarteta amenazante de Nostradamus y un Paco Rabanne empeñado en decirnos que la MIR, la estación espacial rusa que por esas épocas ya perdía sus tornillos por el espacio, iba a desplomarse sobre la torre Eiffel de París causando más de 20 millones de muertos. La humanidad tomó resuello, pero luego vino el año 2000 en el que confluían cientos de profecías de todas las épocas y... nada, salimos también sanos y salvos. Lo malo fue para los que habían construido búnkeres y arcas insumergibles con la idea de salvarse de la inundación o de lo que llegase, que luego no pudieron vender ni a saldo.

Los intérpretes de esa “sopa de letras” llamada Código secreto de la Biblia decían que del 2006 (el año 5766 en el calendario judío) no pasaríamos indemnes porque se iba a iniciar una tercera guerra mundial. Y pasamos. En este año del 2009 un niño ruso llamado Boriska (que dice venir de Marte) ha anunciado que uno de nuestros continentes sufrirá una catástrofe natural de no te menees. Y el CERN (Centro Europeo de Investigaciones Nucleares) ha dicho que a finales de este año, después de tantas averías, se pondrá en funcionamiento el acelerador de partículas LHC, el más grande del mundo en su clase, que algunos han denominado la “máquina de Dios” o la “máquina del fin del mundo” por las consecuencias que puede tener si una partícula se sale de madre. Para el año siguiente, el 2010, un profeta coreano decimonónico, Song Ha, augura una guerra con armas nucleares que enfrentará al gobierno estadounidense con China por una cuestión de hegemonía. Un no parar.

Y, por si fuera poco, desde hace unos meses diferentes medios de comunicación nos anuncian que, según las profecías mayas, la era del quinto sol se está acabando y que empezará un nuevo ciclo cósmico de 5.125 años en diciembre del 2012, que algunos han mal interpretado diciendo que el Apocalipsis está a las puertas.

No crean que es un machaqueo que sólo viene del mundo occidental y del ámbito cristiano. Los musulmanes están nerviosos con la próxima llegada de El Mahdi, su propio Mesías que tendrá que luchar contra el Anticristo antes de que llegue La Hora, que es la palabra que ellos utilizan para el Armagedon. Los hinduistas esperan a Kalki, el último avatar de Vishnú, para hacer algo parecido, y los budistas a Maitreya que dicen ya está entre nosotros preparando el terreno físico y mental para el advenimiento de la Nueva Era.

Hay que tener paciencia. No hay que desesperarse. Es una plaga que pasará con más pena que gloria. Eso sí, nos esperan tres años y medio donde el 2012 va a salir a relucir en más de una ocasión. Incluso está previsto el estreno de dos mega producciones hollywoodienses (una del director Roland Emmerich) que tratarán este asunto del annus horribilis para regocijo de la taquilla y encogimiento de nuestro ánimo. En realidad, forma parte de un gran juego sociológico-cósmico. Como digo, no es un fenómeno nuevo. Que va. Solo con que leamos algunos libros sobre profecías comprobaremos que la familia de agoreros y apocalípticos no está precisamente entre las especies a extinguir, sino todo lo contrario.

Siempre habrá un fundamentalista religioso del signo que sea, un contactado ufológico, quizás un canalizador de los Maestros Ascendidos o un científico escrutando el firmamento o la materia subatómica que nos transmitirá, “para el bien de la humanidad”, uno de esos mensajes amenazantes. Incluso alguno dará una fecha concreta y ahí estará su error. Fijémonos en los hechos que, a nivel general, suelen ser ciertos. Lo que fallan siempre son los plazos.

Si pusiéramos sobre un tapete todas las profecías que existen sobre el final del mundo o sobre la terminación de nuestra humanidad, entre estertores de fuego y de agua, podríamos llegar a una conclusión muy evidente. Algún día nuestro planeta sucumbirá en medio de una deflagración nuclear o estallará en mil pedazos por el choque de un cometa o morirá consumido por el sol, pero les aseguro que no será en ninguna de las fechas que nos han pronosticado. Todos los días hay fines del mundo para aquellos que mueren y, aún así, tenemos una curiosidad morbosa por saber cuándo y de qué manera nos iremos todos, en conjunto y agarrados de la manita, al limbo de los justos.

Estoy convencido del cambio continuo del planeta Tierra y de los tiempos que vivimos, cambios que se han producido en el pasado y se están produciendo cada día, incluso en estos precisos momentos, pero no estoy convencido en absoluto del fin de esos tiempos ni de la humanidad ni del mundo.

Ah, y si sobrevivimos al 2012 (que lo haremos) no se relajen demasiado pues luego podremos elegir entre la erupción del volcán palmeño Cumbre Vieja en el año 2013 (según Jucelino Nóbrega da Luz), guerras intestinas que tendrán su culminación en el 2026 (según Jean-Charles de Fontbrune) o el impacto con el asteroide Apofis para el año 2029 (según la NASA). Será por fechas.

Antes de terminar (qué palabra más tremenda para un artículo como este) les voy a dar una fórmula para que no se produzca el hipotético Apocalipsis. A nivel individual, ninguno de nosotros podemos  cambiar el mundo ni destruirlo, pero sí podemos mejorarlo a nivel colectivo, con nuestros actos y pensamientos. Y puesto que podemos elegir entre ser Brahma (el creador del mundo), Vishnú (el que lo conserva) o Shiva (el que lo destruye) elijamos con consciencia y apliquemos esos actos y esos pensamientos para mejorar nuestro entorno y nuestro destino. Eso generará una consecuencia inevitable: que el karma del planeta cambiará también, por supuesto, para mejor.

Jesús Callejo Cabo

http://www.jesuscallejo.es