uakix.com

RECONCILIAR LA ECONOMÍA MATERIALISTA CON LA ESPIRITUALIDAD: EL GRAN DESAFÍO DEL NUEVO MILENIO



por Alfredo Sfeir-Younis

La humanidad tiene frente a sí al menos dos grandes desafíos en este nuevo milenio: uno, reconciliar nuestro ser material con el ser espiritual y dos, reconciliar las necesidades individuales con las necesidades colectivas. Al primero le llamaré “la reconciliación entre la economía y la espiritualidad”, y al segundo “la reconciliación entre yo y el otro”.

Debido a que no hemos reconciliado estas dos dimensiones de la vida humana, nos encontramos en guerra, exclusión social, sufrimiento, desilusión, ira, incapacidad de avanzar, y muchos otros males.

Para analizar estos desafíos, podríamos hasta crear un figura cuadrangular la cual contiene las posibles alternativas que pudiesen ser analizadas en forma individual. Por ejemplo, seria interesante que discutiésemos las posibles alternativas alrededor de nuestro destino material-individual (MI) con relación al destino material colectivo (MC). En forma similar, podemos hacer una reflexión sobre el camino espiritual individual (EI) y el Colectivo (EC). Todas estas combinaciones y otras permutaciones –e.g., material- espiritual (EM), individual-colectivo (IC)– ofrecen campos de reflexión para aquellos que están en el camino de la introspección y de su propia transformación humana.

En este breve artículo, quisiera compartir algunos pensamientos respecto de estos desafíos. Sin embargo, primero me gustaría dar un marco de referencia a un posible debate posterior.

El milenio de la globalización

Cada vez más vivimos en una sociedad globalizada. Nosotros vemos más sus resultados e influencias, de lo que entendemos sus aspectos más transcendentales. Así es como sabemos que estamos globalizando a nuestras economías mientras que también nos damos cuenta que no se están globalizando las sociedades, los pueblos. Esto es el resultado de una fuerza exagerada que ejercitan la economía y las finanzas sobre otras dimensiones de la globalización, como son, por ejemplo, las dimensiones ambientales, políticas, sociales, culturales, institucionales, humanas, y espirituales.

La globalización decidió partir como resultado de los incentivos económicos y financieros; y aún los aspectos culturales, por sólo mencionar un ejemplo, se integran en torno a esos incentivos económicos, y no a los culturales propiamente tal. Como resultado, hemos entrado en un proceso en que hay culturas muy dominantes que hacen desaparecer lenguajes, pueblos, patrones culturales, sabiduría autóctona y diversidad, a todo nivel. Un mundo que se mueve rápidamente a la “uniformidad” en nombre de la eficiencia económica y financiera.

En muchos ámbitos, ésto se ha traducido vulgarmente como “lo que no se vende a una ganancia razonable, simplemente no sirve”. La competitividad –un elemento realmente importante en nuestras vidas– se transforma en un bumerang de proporciones negativas incalculables. En otros ámbitos, ésto se ha traducido en “crecimiento económico primero, y protección del medio ambiente después”. Más aún, como la economía y las finanzas son la fuerza motriz del materialismo de mercado, esto también se ha traducido en algo de un profundo significado sutil: “satisfaga sus necesidades materiales primero, y las necesidades espirituales después”; otra manera de decir que “la espiritualidad es el lujo de los que son ricos materialmente”. Y así debilitamos a los pobres materiales y los sumergimos en el paradigma del mercado para asegurarnos que entran a este paradigma sin identidad propia, y los transformamos en las masas obreras o las masas de consumidores. Hay muchas otras traducciones.

La mayor parte de la gente ve a la globalización como un tren de alta velocidad, imparable, y no cambiable en su dirección presente. Y a medida que esto penetra las mentes de la gente, ellos se retiran cada vez más de los espacios en que últimamente pueden ejercer alguna influencia en los ámbitos antes señalados. Es así como se concentra la riqueza y se radicalizan los procesos sociales y humanos. Sólo nos queda mirar a Irak y Afganistán como ejemplos recientes. Más dramático aún es el ejemplo que nos dio el genocidio en Ruanda donde millones de personas perdieron la vida. En mi opinión, los incentivos existentes van en la dirección a continuar estos procesos de radicalización.

La globalización está guiada por valores estrictamente individuales, cuando, por el contrario, la globalización es el ámbito mas claro de lo colectivo. Hablamos de una ‘villa global’, pero no funcionamos con valores colectivos y globales, para hacer que los que viven en dicha villa tengan posibilidades de éxito, o simplemente de sobrevivencia. Los valores que guían a la libre competencia, al comercio internacional y al intercambio de bienes, servicios e individuos, son eminentemente personales y egoístas. Estos valores se esconden detrás de la figura de un gobierno, o de una corporación internacional, dando un dejo de movimiento hacia lo colectivo. Esto es solamente la pantalla. La cosa de fondo es un individualismo extremadamente fundamentalista. Como resultado, vemos la exclusión de millones de personas que forman la masa de pobreza, miseria, y hambruna en todo el mundo, incluyendo el mundo de los países llamados industriales o desarrollados.

Los valores del colectivo –como son los de amor, compasión, fraternidad, igualdad, entrega, servicio, etc– son básicamente olvidados. Por lo tanto, a pesar del debate que podamos tener acerca de nuestras realidades colectivas, en la práctica lo colectivo es un residuo mal generado de las transacciones individuales. En suma, el óptimo colectivo no está siendo generado como la suma de los estados óptimos individuales. Algo más se necesita para alcanzar el óptimo colectivo.

Fracasar en la globalización –debido a la extrema pobreza, marginalización, erosión progresiva del poder de las grandes masas de población, inequidad económica y de todos los otros tipos, y mucho más– es simplemente fracasar en nuestro destino colectivo.

Este es el milenio de la globalización. Fracasar en lo global significará más guerras, conflictos armados y de otro tipo, sufrimiento, y en última instancia, significará la pérdida progresiva de nuestros avances y riquezas materiales. El avance material no es independiente del avance no-material. Este es un tema que tocaré más adelante.

Una sociedad materialmente rica y espiritualmente pobre

Los adelantos en nuestras sociedades son básicamente medidos en forma material. La forma más popular de hacer esto es a través de la medición de los productos geográficos brutos de una economía.

Todo depende del consumo material de bienes y servicios. Al principio del último milenio, el consumo global alcanzaba al trillón de dólares. Este milenio comenzó con un consumo cerca no a los 30 trillones de dólares. Estas no son solamente cifras exorbitantes, sino además son de una disparidad apabullante. De estos 30 trillones, los más ricos (i.e., el 20% de ingresos superiores) consume el 86.5% del total, mientras que los más pobres (i.e., el 20% más pobre de la población) consume solamente el 1.3%. Esos son los niveles de consumo que cuadran con la destrucción ambiental, la pobreza y miseria, y tantas otras falencias que nos toca vivir como generación.

No tengo nada en contra de lo material, ni de que hayan ricos en una sociedad. Sería muy ideal que fuésemos todos iguales. Lo que sí quisiera decir es que las inequidades están aumentando significativamente, haciendo de nuestro mundo colectivo un ámbito sumamente frágil.

Lo importante es saber qué nivel de conciencia tienen aquellos que poseen la mayor parte de los bienes materiales. La conciencia humana de aquellos que tienen el poder, y la influencia sobre los adelantos tecnológicos.




La conciencia humana es la clave y, a la vez, el puente que une lo material con lo espiritual. No podemos vivir en una asimetría entre un altísimo nivel de bienestar material con un bajo nivel de conciencia. Es aquí donde, nuevamente, debemos enfocarnos en el ámbito de lo individual y de lo colectivo, ya que sólo a mayores niveles de conciencia será posible integrar lo individual con lo colectivo. Y es allí donde se empezarían a tomar decisiones que fuesen más cercanas al nivel óptimo de bienestar en el campo de lo colectivo.

Los modelos que nos impone la globalización son esencialmente dominados por un paradigma de la riqueza material y de la pobreza espiritual. Lo espiritual no aparece como una dimensión relevante en los modelos económicos o sociales. La espiritualidad es hoy en día muy mal entendida, y como tal, se la excluye de las decisiones públicas. Pero un desarrollo económico y social sin espíritu es como una realidad artificial y vacía, sin identidad interior, sin un compás que muestre la dirección apropiada.

Sin embargo, hay una ley universal que debemos entender y practicar a la letra. En particular, que la riqueza material esta íntimamente ligada y es dependiente de la riqueza espiritual. Lo material no existe sin que todo esté ligado a lo no-material. Hoy en día hay muchísima evidencia científica que demuestra que la fuente de la materia es la no-materia. Por lo tanto, es cuestión de tiempo para que se vea el colapso de aquellas sociedades que sólo están en el camino del materialismo desarrollista.

La tecnología, que esta a la base de dicho avance materialista, depende de la inteligencia humana. Y la inteligencia humana depende de los estados de conciencia que son capaces de manifestarse en forma material más avanzada. Altos niveles de avance material tienen que ir acompañados por necesidad de más altos niveles de conciencia espiritual.

La sociedad del 200%: hacia lo colectivo

Esto nos lleva a proclamar lo que se ha llamado “La sociedad del 200%”. Esta es una sociedad que es rica en ambos ambientes: lo material y lo espiritual.

Más aún, en esta Sociedad de 200% el ámbito de lo material y de lo colectivo son uno solo. Esto se da a través del reconocimiento y de la práctica de la interdependencia humana y de la interdependencia de todos con todo. Es decir, es una sociedad que avanza en todas las direcciones que se identificaron al principio de este artículo. Es este principio de interdependencia que también nos lleva a desarmar la falacia de que podemos desarrollarnos sólo individualmente, sin hacer avanzar el desarrollo de lo colectivo.

En conclusión, no hay nada material que no tenga origen en lo espiritual, ni nada espiritual que no se manifieste materialmente. Más aún, no hay nada que signifique avance individual independiente del avance colectivo.

Por lo tanto podemos avanzar aquí un principio fundamental de la espiritualidad: uno avanza en lo personal para darse por entero al servicio de lo colectivo. No existe espiritualidad de lo personal exclusivamente, excepto como una forma de fetichismo. Pero eso no es espiritualidad.

La economía espiritual: ¿es ésta posible?

Mucha gente ve a la economía como la demostración practica de lo material. Ven a la economía y la espiritualidad como dos posiciones extremas en la vida humana. Esto es simplemente el resultado de un error del intelecto.

La economía es una colección de valores que la gente usa en condiciones de escasez material. Es la ciencia de la escasez. Es la ciencia que explica o predice el comportamiento humano bajo condiciones de escasez.

Si los valores son individualistas, como se notó anteriormente, entonces el comportamiento de las personas bajo condiciones de escasez serán muy distintas a una situación en que los valores son colectivos. Es simplemente una cuestión de valores, y por lo tanto, nuevamente, una cuestión de niveles de conciencia humana.

La evolución humana nos esta llevando cada vez más hacia la integración de valores humanistas y espirituales en la economía. Cuando la economía se rija por dichos valores comenzaremos la práctica de la “economía espiritual”. Esta es la economía del futuro. Esta es la economía que integrará los ámbitos materiales y espirituales, individuales y colectivos. Un camino inevitable para la humanidad dadas las situaciones de conflicto, inequidad, y destrucción ambiental y social que estamos experimentando.

Reflexiones finales

Para que los cambios propuestos aquí se materialicen se requiere de una revolución profunda de los valores que rigen a la globalización, de un compromiso profundo en el ámbito político y social, y de una nueva forma de liderazgo que abrirá los caminos necesarios para el verdadero cambio.

En general, podemos decir que la transformación humana o es el fiel espejo de un consenso pacifico, o será el desgraciado resultado de guerras y conflictos. La decisión es nuestra.


Alfredo Sfeir-Younis es chileno y economista. Trabaja para el Banco Mundial. Las opiniones y propuestas hechas en este artículo son solamente del autor y no deben ser atribuidas al Banco Mundial o sus instituciones afiliadas. Los errores y omisiones son también del autor.
Alfredo es economista graduado de la Universidad de Chile, con una maestría y Doctorado de la Universidad de Wisconsin y la Universidad de Rhode Island, EEUU. Sus intereses y experiencias van más allá del campo económico y de políticas. Durante tres decadas, Alfredo ha sido activista y conferencista público en campos como los Derechos Humanos, Desarrollo Económico, Políticas Públicas, Globalización, Medio Ambiente, Pueblos Indígenas, Paz y Espiritualidad. Recientemente se jubiló del Banco Mundial en donde fue Asesor Principal para los directores administrativos del Banco Mundial y Punto Focal Institucional sobre derechos humanos. Entre otros cargos fue también representante especial del Banco ante las Naciones Unidas en Nueva York y participó en la Comisión de Derechos Humanos en Ginebra.

Tiene un hijo, dos hijas y actualmente es Presidente y Fundador del Instituto Zambuling para la Transformación Humana (ZIHT). Una de las metas del ZIHT es crear un foro mundial de comunidades de base sobre derechos humanos, responsabilidades humanas, valores de la espiritualidad en la política y la administración pública.


Tomado de: Polis, Revista de la Universidad Bolivariana
Universidad Bolivariana

CHILE

Fuente: http://ninosdelsol.ning.com/profiles/blogs/reconciliar-la-economia?xgs=1